En diálogo con la cultura de nuestro tiempo el desafío de la educación cristiana es formar esos hombres y mujeres capaces de hacer y habitar un mundo más justo y humano para todos.

Nos interpela el carisma y el Ideario Vicentino con la centralidad de la caridad y la justicia, como modo de vivir el Evangelio, en este tiempo signado por profundas desigualdades sociales y culturales.

Nos orienta en la pastoral escolar la intencionalidad pedagógica que el P. Francisco expresara hace ya varios años:
"Como docentes cristianos, propongo abrir su mente y su corazón a la diversidad, que es una característica cada vez más recurrente de las sociedades de este nuevo siglo. El diálogo y el amor implican que en el reconocimiento del otro como otro existe la aceptación de la diversidad. Sólo de esta manera es posible establecer el valor de la comunidad: no afirmar que el otro se somete a mis criterios y prioridades, no "absorber" al otro, sino reconocer que el otro es válido, y celebrar esa diversidad que enriquece a todos. De lo contrario, es solo una cuestión de narcisismo, de simple imperialismo, de tontería.

Las diferencias deben considerarse como "desafíos", pero son desafíos positivos, recursos, no problemas. Y esto tiene como consecuencia inmediata la lucha contra todas las formas de discriminación y prejuicio.

La tarea educativa está vinculada a la construcción de una sociedad y un futuro juntos como pueblo. Y esto implica trabajar para la integración y para el reconocimiento de la diversidad como riquezas que no deben ser homologadas o aplastadas, sino para ser valoradas por el bien de todos. Cuando somos capaces de superar el individualismo, realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve posible un cambio importante en la sociedad”.